Capitanich prendió fuego la unidad y dejó a todos peleando por las cenizas

La escena política chaqueña volvió a estallar y, una vez más, el epicentro del sismo tiene nombre y apellido: Jorge Milton Capitanich. Lo que ocurrió en las últimas horas no fue una simple diferencia interna, ni una discusión parlamentaria más. Fue una decisión cargada de rencor, ambición y desprecio por la militancia, que terminó dinamitando lo poco que quedaba de cohesión en el espacio.

Porque, mientras muchos esperaban autocrítica, reconstrucción y humildad tras el fracaso electoral, Capitanich optó por reiterar el libreto de siempre: mover piezas a espaldas de la militancia, destruir los puentes que otros intentan construir y marcharse, como tantas veces, a Buenos Aires, dejando el incendio local sin apagar.

El costo de este nuevo quiebre, como siempre, no lo pagarán los líderes, ni él, ni Gustavo Martínez, ni nadie con despacho y estructura. Lo pagarán los más humildes, los que dependen de políticas públicas, los que necesitan un Estado presente y no una caja de resonancia de egos personales.

Lo ocurrido en la Cámara de Diputados fue la prueba más obscena de este estilo político:
un consenso armado desde el rencor, con el único objetivo de fracturar, disciplinar y dejar fuera de juego a quienes no se someten. Sin debate, sin proyecto, sin horizonte. Solo la vieja lógica del pase de facturas y el exterminio del adversario interno.

Capitanich, que alguna vez supo ser símbolo de militancia, hoy aparece consumido por el poder, rodeado por un círculo cada vez más chico y obediente, incapaz de decirle la verdad que nadie se anima a pronunciarle:
que perdió la humildad, perdió la empatía y perdió la capacidad de construir.

Lo más grave no es haber perdido una elección. Lo más grave es haber perdido la misión política y social, esa que él mismo reivindica cada vez que habla de jubilados, salud, salarios y paritarias, pero que en los hechos abandona cuando el interés de su entorno está en juego.

Porque no se puede hacer política desde el rencor, ni reconstruir desde la venganza. Y lo que se vio esta semana no fue liderazgo ni estrategia: fue sed de poder y ajuste de cuentas.

Mientras tanto, quienes militan, trabajan y sostienen el territorio —sin contratos, sin privilegios, sin fueros— quedaron otra vez peleando por las cenizas de una unidad que Capitanich decidió prender fuego.

Y si nadie en su espacio es capaz de decirle lo obvio, si todos prefieren callar y seguir detrás del líder aun cuando conduce al abismo, entonces el problema ya no es solo Capitanich.
El problema es una dirigencia que prefiere obedecer antes que construir, que prefiere callar antes que confrontar, aunque eso signifique sacrificar a la militancia y a los sectores que más necesitan.

El incendio político está en marcha.
La pregunta es quién va a extinguirlo…
y quién va a seguir alimentándolo.

Porque hoy, en el Chaco, el fuego no es metafórico: es real, devastador y tiene responsables.

 

Anibal Gremes 

militante Justicialista